Subo andando desde la casa de mis hijos en Antonio Grilo hasta
Alonso Martinez. Dudo un poco, unos minutos, para decidirme a entrar por "mi zona": Pez, Pozas,
Tesoro, Minas. En el camino a paso ligero -no quiero pararme demasiado
en el ayer- voy buscando, casi sin querer, la panadería, el
supermercado, la bodega, la mercería... No queda nada. Leo: "Casa
Ángel" cerrada desde sabe Dios cuando, y me paro un momento a mirar el
portal de la que fue nuestra casa. Alzo la vista: hay macetas en las ventanas; me
pregunto si alguno de los niños que juegan en la calle, como entonces,
vivirá en ella. Subo por Espíritu Santo mientras sigo recordando, de pellizco en pellizco, de partida en partida, el día y la noche -encontrados- de esta calle tan singular, tan disparatada, tan llena de
contrastes que intentaban convivir. He pensado que subiendo por aquí me
evitaría pasar por "La Vía" y con ello por recuerdos que pueden
golpearme con más fuerza todavía. Es inútil; Espíritu Santo lo trae
todo a la memoria, sin orden, sin filtro y sin misericordia: las mañanas de "recados" y
las noches de amigos y de soledad; de decadencia y de sensación de
triunfo. Noches de plenitud inventada y de búsqueda ciega e infinita. De
humo con olor a maría y a música. Las visitas de tantos al lavabo. La noticia de otra muerte, de otra septicemia, de otro accidente. El portal donde lo encontraron años más tarde cuando, de todo aquello, a los supervivientes solo nos quedaban canciones, momentos de frenesí en el recuerdo, heridas y ausencias. El seiscientos. Los conciertos.
Espíritu Santo y Minas.
-Vuelvo de misa y... (aturullada) hay un chico tirado en la calle, creo que se está muriendo!
- ...
-¿No decís nada? He llamado a la policía para que avisen, para que venga una ambulancia, ellos... ¡la comisaría está aquí! Ni caso, que ya vendrán, que me vaya de ahí, que no me acerque!! ¿Qué le pasa a la policía? ¿Qué es esto?
-Mamá...
-¿Mamá? ¿Y a quién se acude?¿Me quedo a su lado mirando como se muere? ¿Le esquivo y me voy como si no pasara nada?
Su barrio, irreconocible para ella. El espanto, la incredulidad en su rostro. El barrio de sus padres, de sus hijos y el del chico que agoniza. El del camino al instituto y el de "la canalla". El barrio de la pollería-huevería, de la vaquería, y el de la huida hacia sueños que se esfuman apenas se rozan, en una búsqueda tan urgente como estéril. Todos el mismo barrio que alterna, casi con precisión al principio, coles y jeringuillas, señoras con la compra y chicos "pasando", niñas jugando ("al jardín de la alegría quiere mi madre que vaaaaaya, a ver si me sale un novio el más bonito de Espaaaaña") y jóvenes muriendo. O soñando un sueño artificial del que despertarán, si despiertan, para buscar pronto algo que les lleve de nuevo a el. O las dos cosas. La niña que al crecer deja de cantar saltando con sus zapatos rosa -la madre limpia escaleras a destajo para que a su Susi no le falte ni un lazo, ni un bolso, ni unos zapatos de tacón- terminará atropellada cuando alguien al que no le quedan ya ni amor ni escrúpulos, la tira del coche para no tener problemas. Para no tener más problemas. Muerta, tirada y atropellada (dos coches le pasaron por encima, apunta algún vecino hermanando tragedia y cotilleo), sin nada rosa en su final. Sin las lágrimas de una madre que las ha perdido todas al mismo ritmo que su niña perdía los lazos, la autoestima, los dientes y la vida. Las malas compañías, la puta droga, repite, y mientras cuenta el triste final casi como un chisme más, un atisbo de tranquilidad parece asomar a su mirada por primera vez desde hace años. Ya puede enterrar su vida y seguir con lo poco que le queda. Con su dolor tranquilo. Sin sobresaltos, sin gritos, sin lucha estéril. Sin sangre y sin entrañas. Mutilada para siempre desde que su Susi dejó de serlo. Mi hombre, de eso es de lo que me tengo que ocupar: de mi hombre. Y el hombre, escuálido, asiente apenas mirando sin ver. Me la han matado. Las palabras parecen salir de las enormes cuencas de sus ojos. Puede que sea por eso por lo que nadie le oye.
El barrio, otra torre de Babel.
Sigo andando; la música suena en mi memoria y lo envuelve todo, lo expone todo: allí están los rostros casi imberbes, sin la derrota aún en sus miradas, de los que nos dejaron. Y allí están los amigos, las ilusiones, y esa desesperanza temprana del que intuye, sin haberlo vivido, que la vida será una larga y perseverante tortura, un camino cruel, brutal, hacia el dolor. Una búsqueda eterna.
No me quiero acercar al Penta. El Pentagrama.
-¿No te recuerda un poco a Marlon Brando? ¿Es guapísimo, nos acercamos?
- Qué sé yo, es muy crío para recordarme a Marlon Brando... bueno... sí, quizás un poco.
Julia y yo sentadas, Enrique Urquijo de pie, apoyado en la pared de enfrente, con planes y alegría en los ojos, en la expresión, en los movimientos... Con esa euforia tan compartida y tan efímera que acabaría, trocada solo en dolor, en otro ingreso, en otra huida (porque aún no he podido saber qué voy buscando). En su final, cerca, muy cerca de los lugares donde se forjaban un día sus primeros sueños. Agárrate a mí María, agárrate fuerte a mí.
Un Antonio Vega triste -¿la memoria me jugará malas pasadas?- aparece sentado, pelo corto de mili, escuchando en silencio, ensimismado. Luego por la noche al Penta a escuchar, canciones que consigan que te pueda amar. Y ahora de pie, mimetizado con el local... casi invisible.
Cruzo La Corredera y entro al pasaje que me llevaría primero al instituto, más adelante al Latino, La Chocolatería, La fábrica... El pasaje es como un pasado abandonado y perdido, otra derrota; solo queda una tienda -una joyería- abierta. Se me antoja un cementerio y procuro espantar esa sensación. Salgo a Fuencarral, de nuevo a la luz, y me topo con el antiguo Hospicio (recuerdo, ahora con una sonrisa, mi 10 redondo en la redacción de literatura -anda que no tienes cara tú- por la descripción de esa fachada. Y mi angustia del día anterior al recordar la tarea.
Mercedes, llamo a Mercedes.
-Dime cosas del Hospicio, Mercedes, no recuerdo la fachada.
-¿Cómo? ¡Despiste que llevas! ¡Si te encuentras con ella todos los días, Mamen! ¿Sabes que la redacción es para mañana?
-Sííí -nerviosa- por eso... no me da tiempo de ir; anda, dime algo.
-Venga, vamos a ver, escucha.
Y continúo.
A la izquierda, el Drugstore donde no veo el Vips sino al hermano ausente; su cara, el color de su nombre (mi hija me ha explicado que esto es sinestesia. Ok. No estoy loca) y escucho a Leonardo Cohen. Al llegar al "Comercial" dudo (¿es posible que dude?) y pregunto a una chica: "por favor, Alonso Martinez es por allí, ¿verdad?". La chica afirma y sonríe; invento sus pensamientos que son los míos: ¿cómo se podrá perder entre sus calles, en su propia vida? Asiento -¡claro!- y le doy las gracias. Vuelve a sonreír; ahora imagino otra cosa, imagino que lo hace con compasión, como si en la maraña de mi pelo gris, enredadas entre las canas, estuviera adivinando mis ausencias. Leyendo mi desorden y mi caos.
Joder, ¿cómo puedo dudar? Recto, las glorietas... Casi me dan ganas de explicar, de contarle que es mi barrio, que hace mucho que, de justificarme... pero aún me queda algo de cordura. Sigo. Alonso Martinez. Cervecería Santa Bárbara.
-¿Ha llegado alguien?
-No sé, no veo aún, espera... Sí, allí están Pedro y "el Nono",. Y Pupi, ¿lo ves? Al final de la barra.
(Teníamos dos mánagers que eeeeran de Huelva, uno medio caaalvo y el otro con coleeeta, y el Nono decía: qué es lo que pasa, qué es lo que paaaasa)
-Sí, ya los veo, están todos.
-Vamos a Rock-Ola, ¿no?
-Claro, nos vamos desde aquí.
-¿Cabremos en el coche?
-Siempre cabemos -risas- Y si no, hago dos viajes. Su eterna vocación de taxista. El que dejaba a todos en casa.
Actuación de Nacha Pop en un Rock-Ola recién estrenado.
Rock-Ola, El Jardín, El Sol... Umbral en El Sol. "Mortal y rosa".
Voy directa a Génova, mi hijo me ha dado unos tiques de "Pasajes" y quiero comprar unos libros al niño. Mi sobrinieto, el hijo de la niña, el nieto de la hermana, ha cumplido cuatro años. Me recoloco en el ahora y disfruto al imaginar su carita. Desde aquí hasta su casa todo es presente.
Tengo 57 años y estoy viva.
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