El silo estaba al lado del cuartel de la guardia civil, un poco lejos de nuestras casas y cerca del cementerio al que nunca llegábamos entonces; nos gustaba ir hasta allí y columpiarnos en la plataforma metálica donde pesaban el grano: hacia delante, hacia detrás, todas a una haciendo fuerza con las piernas, lográbamos un pequeño vaivén que a nosotras nos parecía el mejor de los columpios. Antes de llegar bajábamos por "los roes" (de "Roar", es decir: rodar), pasamanos de las escaleras que subían a "las casas nuevas", anchos, de piedra, y que hacían las veces de estupendos toboganes. Por fin, tras el improvisado y siempre seguro parque infantil, nos sentábamos a hablar. A todas nos parecía que las hijas de los guardias civiles y las sobrinas de los curas sabían mucho más que el resto; quizá porque llevaban una vida más itinerante, o quizá, quién sabe, porque ambos, clero y "civiles", entrañaban para nosotras cierto misterio, un más que cierto ...